Yo nací en Perú. No me avergüenza ser peruano, pero tampoco me siento orgulloso de serlo. No canto el himno nacional, no me pongo la mano al pecho ni saludo a la bandera en los eventos oficiales. No creo que Perú sea más grande que todos sus problemas. No voté por Machu Picchu para que sea una de las maravillas del mundo. No creo que Perú clasifique al siguiente mundial de fútbol profesional. No me siento orgulloso del pasado histórico ni veo el futuro del país con optimismo. Debo aclarar que no me siento – como muchos de mis ridículos y acomplejados connacionales – un transeúnte accidentado que tuvo el infortunio de nacer aquí porque sus padres o abuelos fueron europeos o norteamericanos o de cualquier otro país. El patriotismo me es indiferente, y el nacionalismo limitante. No compro productos sólo porque digan que son peruanos ni nada por el estilo. Creo que la historia peruana registra algo para aprender y no para sentir orgullo. Desde el imperio de los Incas hacia adelante n
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