Y Pucha! Qué difícil es contarlo - aseguraba. Desde luego, no es cosa de todos los días. Claro, porque es así en Lima, la ciudad donde nadie sabe quién es quien. Puedes ser tan normal o tan sano; tan puto o tan puritano; tan honorable o tan pendejo. Tan rico o tan pobre; tan high o tan cholo.
Porque aunque ahora el billete manda, la clase social todavía tiene algunos remanentes de fuerza, sobre todo en ciertas zonas de Lima. Marvin conocía todo tipo de tonos, desde el más monse hasta el más ficho. Para eso, ya había estado en varias fiestitas de alrededor, donde parece provincia, donde las cholitas bailan a su antojo porque saben que todas son así como ellas, y donde a nadie le interesa si se lavaron los pies, o si se cambiaron de ropa, o si acaso se han echado desodorante. Pero asimismo, estuvo en el otro lado, con más charm, arregladito, con rock y varias buenas flacas, donde sí era una nota diferente.
Porque en esos tonitos fichitos, del mismo modo hay de todo. Desde patitas rubicundos, con ternitos - algunos medio torrejas - elegantes y oliendo bien, con posesitas entre mañoseras y engreídas. Hasta las tías, fajaditas y apretaditas también, pero comestibles algunas (contaré luego de las viejas pitucas). Y por supuesto, flaquitas, con vestiditos finitos, zapatitos de tacos altos, de colores suaves, traiditos de Estados unidos o de Europa. Todas bien maquilladitas, con la espalda descubierta, que dejaba ver las pequitas atractivas, de esas que provoca contarlas una a una con toda calma, ya se imaginarán cómo, pues hasta la ropita interior era finita, con ornamentitos detallados y anatómicos para que ajusten la voluptuosidad, y para cubrir la exquisitez. Con peinados súper fichos, que las hacían ver unas muñequitas. Garbosas y riquísimas, en todo sentido.
Porque aunque ahora el billete manda, la clase social todavía tiene algunos remanentes de fuerza, sobre todo en ciertas zonas de Lima. Marvin conocía todo tipo de tonos, desde el más monse hasta el más ficho. Para eso, ya había estado en varias fiestitas de alrededor, donde parece provincia, donde las cholitas bailan a su antojo porque saben que todas son así como ellas, y donde a nadie le interesa si se lavaron los pies, o si se cambiaron de ropa, o si acaso se han echado desodorante. Pero asimismo, estuvo en el otro lado, con más charm, arregladito, con rock y varias buenas flacas, donde sí era una nota diferente.
Porque en esos tonitos fichitos, del mismo modo hay de todo. Desde patitas rubicundos, con ternitos - algunos medio torrejas - elegantes y oliendo bien, con posesitas entre mañoseras y engreídas. Hasta las tías, fajaditas y apretaditas también, pero comestibles algunas (contaré luego de las viejas pitucas). Y por supuesto, flaquitas, con vestiditos finitos, zapatitos de tacos altos, de colores suaves, traiditos de Estados unidos o de Europa. Todas bien maquilladitas, con la espalda descubierta, que dejaba ver las pequitas atractivas, de esas que provoca contarlas una a una con toda calma, ya se imaginarán cómo, pues hasta la ropita interior era finita, con ornamentitos detallados y anatómicos para que ajusten la voluptuosidad, y para cubrir la exquisitez. Con peinados súper fichos, que las hacían ver unas muñequitas. Garbosas y riquísimas, en todo sentido.
Pero no faltan de entre esas chiquillas Light, algunas en busca de un tipo salvaje, pendejín. Tienen enamorado, pero te chequean en la fiesta porque a pesar de que tu ternito del Jockey Plaza no es el más fino, tienes cara de mañosón, de militar desenfadado, de albañil castigador. Con ganas de acariciar sin permiso, de besar con frenesí, de abrazar con vigor. Y claro! Eso quieren esas rubiecitas, porque sus enamoraditos, aunque se las chapan y de vez en cuando se las levantan, más andan pensando en sus tablitas hawaianas, o en quitarle la camioneta a sus viejos, o en el cd de Madonna o en otras idioteces de las que tienen en mente los de billete. Y esperan tu mirada, como diciendo: "ven, afáname que ya me cansé de los rubios y castaños, y mando a la eme a mi enamorado, además está borracho con el whisky del viejo, y porque mis amigas no dirán nada. Anda! Sácame a bailar aunque sea la Bilirrubina, para moverme para ti y que veas lo que soy y lo que te puedo dar".
Aún suena la música. Algunos fuman por allí. Hasta los tíos, entre rubios y cenizos, están en onda, bigotudos varios de ellos, alucinando europeos, pero bien vestidos. Blazer blanco, zapatitos del mismo color, camisita italiana; dorados y gruesos relojes, caritos.
También son mañosos, porque se levantan a sus secretarias o a algunas chibolas a cambio de criarlas como hijas, desde luego, fuera de casa. No se sabe cómo hacía Marvin para caer transitoriamente en esos tonos, pero varias veces estuvo. En ocasiones con Jorge, porque también era pendejo, igual de sutil, pero con su estilo propio. Cómo entraban a esas fiestitas? Es un secreto suyo, luego me lo contó. Porque en Lima hay de todo - eso me lo decía siempre, y es verdad. La flaquita estaba buena, más alta que Marvin, por cierto. Vestido de seda, zapatos franceses de color del vestido, taquitos altos, que la hacían ver más piernona y le levantaba el fino derriere. Pechitos no tan abultados, pero blanquitos con pequitas, y coposos. La cabellera rubia, ojos claros, cara de calenturienta, pero linda. Él, a un lado, seriedad de puto, manos en los bolsillos, con su camisita de color oscuro seda veneciana, sin corbata, terno entallado, borceguíes militares, lustraditos también, mirando la multitud, e identificando a la gente. Fabricando la ambigüedad de que si era machito o gay solapa, eso servía. Viendo también cómo el enamoradito imbécil hacía sus ridiculeces producto del whisky de su viejo, de esos que cuestan un huevo de plata. Y esperaba el momento, se hacía el que andaba en otra cosa, pero la miraba, no para que ella se dé cuenta, sino las amiguitas, riquitas también, de piecitos y potito finos; de tal manera que ellas le digan a Fiorellita Burga Rebagliatti que el pelado que parece oficialito militar la estaba chequeando, y que hoy puede chapar con él. Anda! No seas cojuda, no está mal. Un poco chato, pero ya pues! Qué pierdes!. Además es militar, debe estar en cuarentena, arriolaza, y estará fogosazo!, Además mira a tu pareja. En efecto, Lazlito estaba zampadazo, no sabía quién chucha era!. Los demás patas no se metían, estaban en lo suyo, y Fiore (así la llamaba su gentita, con tono nice) estaba con las amiguitas, una de ellas era la más alta de todas, Katiuska, súper despachadita, con un vestido negro, igual que el color de sus medias, buenazazaza.
Llegó la hora de la acción, porque hay que hacer las jugadas previas para que llegue el gol. Los dos estaban dispuestos. La mirada de Fiorella era elocuente, disimulando porque vaya a ser que el Lazlito estúpido se dé cuenta. Sonó un Baby, don´t forget my number, de Millie Vanilli, y la sacó. Marvin no era cojudo, tenía su clase cuando lo tenía que demostrar, no era apitucado, pero le ligaba hacerla de fichón, de categoría media. No era militar, pero sabía que para el alucine de aquellas chibolas lo tenía que ser, y seguía el cuento. Ella se hizo la disforzada al principio, como para medirlo, lo típico. Luego la conversa, cómo te llamas?, qué haces? Entre otras cojudecitas que sólo servían de preámbulo y protocolo para lo obvio. Fiore, mientras bailaba sensualmente (porque estaba en casa, y allí quién mierda le diría nada), lo miraba como diciendo: Vamos soldadito, chápame de una vez, que me arde la piel, llévame al patio, donde está oscurito, que te quiero para mí, aunque la idea sólo fuese una locura para ella. Nada despreciable la mujercita. Él, siempre pendejo, con su estilo también, de tez blanca, cabellito corto, de rostro raro, frentón, pero bañadito y oliendo bien, a una exótica pero intensa colonia de cuyo nombre mantenía en misterio.
Nada podía perder, como siempre. La casa grande, refinada, con jardín y piscina. Los perros estaban atados a los lejos, y la orilla de la pileta era un lugar genial. Lazlito, oh! El imbécil se dormía, mientras sus patas hablaban las huevaditas de siempre. Enséñame la casa, sí? - decía Marvin finamente. Claro! Huevadita también, pero era como decirle: vamos al jardín para regarte la parvada. Ella asintió porque quería, la casa era inmensa podía perderse dentro de ésta. El pisco sour la encendió, y también la mórbida cara de Marvin. Las otras flaquitas, riquitas también, hacían guardia, sonriendo. Ta que se pasó Fiore. Dónde está? U! Se llevó al milico al jardín, pendeja! El pelao tiene cara de mordedor. - A mí parece medio cabro! Sí, pero de esos que parecen y no lo son resultan ser lo mejores. Además, mírale las piernas, parece de la caballería. - Entonces , provecho!
Era singular lo que haría su apitucada amiguita. No siempre llega un tipo de tan lejos a La Molina (desde Lince. A una hora en auto) Caminaba con ella con sus manos en los bolsillos, de repente preparando la bolas... que iba a decirle. Bien fino era entonces. Lo que seguía era obvio. Esa fiestita high terminaba en lo mismo: tuquitos zampados, tías regalonas, viejos jateando en fino licor, y chibolas haciendo de las suyas. Todo era normal, por qué? Porque estaban en Lima, y Lima es eso. Para Marvin una flaca más que se levantaba (Jorge se agarró a otra hembrita en esa fiesta) Porque los chapes y levantes, no son exclusividad de Lima, ni de Chiclayo, ni de Trujillo, ni del billete, ni de la clase social. Ta qué cherry, amigas - contaba la rubicunda chiquilla, algo arrochada pero extasiada - agarré con un cachaquito, con un soldadito pendejo - mientras se mordía los labios. Viva el ejército peruano, carajo!
Fragmento de la novela “Maldito Paranoico”
Era singular lo que haría su apitucada amiguita. No siempre llega un tipo de tan lejos a La Molina (desde Lince. A una hora en auto) Caminaba con ella con sus manos en los bolsillos, de repente preparando la bolas... que iba a decirle. Bien fino era entonces. Lo que seguía era obvio. Esa fiestita high terminaba en lo mismo: tuquitos zampados, tías regalonas, viejos jateando en fino licor, y chibolas haciendo de las suyas. Todo era normal, por qué? Porque estaban en Lima, y Lima es eso. Para Marvin una flaca más que se levantaba (Jorge se agarró a otra hembrita en esa fiesta) Porque los chapes y levantes, no son exclusividad de Lima, ni de Chiclayo, ni de Trujillo, ni del billete, ni de la clase social. Ta qué cherry, amigas - contaba la rubicunda chiquilla, algo arrochada pero extasiada - agarré con un cachaquito, con un soldadito pendejo - mientras se mordía los labios. Viva el ejército peruano, carajo!
Fragmento de la novela “Maldito Paranoico”
Comentarios