Es raro, varias veces he regresado a Lima, he visto el grisáceo de su cielo, la opacada de sus avenidas, la polución de sus calles, y no sentía lo mismo. La noche rojiza se vislumbraba desde la ventana del avión, y la humedad empezaba a apoderarse de los poros de mi piel.
No hay nostalgias en mí, no he deseado volver para acordarme del día de la canción criolla, ni de las callecitas de antaño, ni de los balconcitos españolizos, o las alamedas, ni siquiera del mismísimo Pisco Sour.
Pero estoy aquí de nuevo, embriagado del smoke nauseabundo, estrujado con la necesidad de estar atento cuando cruzo las calles, alerta al paso de la gente, o alucinando el zarandeo de la multitud apurada, como si el mundo se les fuese a acabar. Mirando cada edifico reciente para creer que esta ciudad antigua, la bestia de diez millones de cabezas, entra en la modernidad. Intrigado, mientras viajo, de las nuevas autopistas, carteles de publicidad, algunos verdosos y floridos jardines y tiendas comerciales.
Y de nuevo aquí, justo cuando sus infieles amantes se pelean por su sitial, exaltando con execrables ínfulas las mentiras más insolentes, cínicas y demagógicas para que los electores los lleven al trono municipal, los burgueses acholados de la actualidad, maquillados de criollismo lisonjero, de raza indígena pero de espíritu conquistador, despojador y tiránico. Es época de elección, así que todas las alcaldías trabajan y los candidatos son lindos, así como sus sonrisas en la publicidad, cuyas horripilancias han sido retocadas en Photoshop.
Y visualmente registro también, sin querer, las pistas mal parchadas, el parque automotriz, salvaje y brutal como ninguno, las calles viejas y despintadas, los arcaicos edificios, plomizos y gastados, los puentes viejos, la piratería sofisticada, el comercio infinito.
La noche en Lima es otra, iluminando la neblina atmosférica, rojiza y turbia. También el mercado nocturno, putas viejas en la Arequipa, pasteleros y ladrones, borrachos orinando, night club de a sol, el serenazgo buscando diversión, y los hostales baratos despiertos para los angurrientos de paso. Y me acuerdo de un escritor limeño, de décadas anteriores, Javier Heraud, quien poéticamente decía de esta Lima, en su Segunda Pregunta: “Ciudad de los reyes de la explotación y el hambre, tres veces coronada por la sumisión, ciudad triste, hambrienta, mísera por todos lados...”
Y llego a Lince, donde nací y crecí. En cuyas pistas jugaba fútbol los domingos como si fuese el campeonato nacional, y rompía los vidrios de las casas vecinas, evadía en gambeta a los carros y microbuses, y me bronqueaba a puño y patada cuando era meritorio. Y aunque remembro, no tengo nostalgia de mi escuela primaria Brenner, que aunque suene bacán, era más conocida como el CE 1056 NEC 05. Menos aún del colegio nacional de secundaria Melitón Carvajal, donde ahora las barcas son femeninas también, y no me imagino si silbarán en el himno colegial como antes, cuando decía la letra “…Somos barcas en pos del navío del viril Melitón Carvajal” – fififí. No, no me produce ningún placer ni añoranza. Menos aún cuando comenzaba a consumir mis drogas psicotrópicas por requerimiento.
Pero, con todo y su mazamorra morada, sus dulces criollos, puentecitos escondidos, la aborrezco, hoy quizás más que nunca. Detesto Lima, quizás siempre la he abominado. Nunca he tenido placer de vivir aquí, y no es una expresión renegada ni acomplejadiza, porque amo sólo los grandes momentos vividos, pero no la ciudad en sí.
Lima es una jungla maldita, un sistema subnormal, hediondo, hostil e inmisericorde. Y no lo digo porque haya sido víctima de su ferocidad, todo lo contrario, he disfrutado de muchos éxitos y placeres laborales, sociales y emocionales, pero aunque he vivido más de veinte años en esta ciudad, no me está destinado permanecer aquí.
Ni el calor de sus veranos, ni la humedad de sus fríos inviernos, aquellos en el veía con asco mi etapa escolar, cargosa, hostigadora y turbulenta, que me despertada un espíritu vengador de la educación peruana, y donde años después ejecuté la misma con exquisitez, entregándole placenteramente mi vida a la educación de jóvenes peruanos en Lima y varias ciudades del país, hacen que ame estar de vuelta.
Sólo sé que no deseo morir en esta ciudad. Ahora entiendo cuando Heraud preguntaba: “Por qué quedan todavía desgraciados que anhelan sin cesar la ciudad de los reyes, las tapadas, los balcones, la alameda, si de eso sólo queda un basural de hambre, de miseria y de mentira?” Espero poder decir pronto: Chau Lima, de nuevo.
Original de:
malditoparanoico
Escrito y publicado en mi web personal el 21/11/2006
No hay nostalgias en mí, no he deseado volver para acordarme del día de la canción criolla, ni de las callecitas de antaño, ni de los balconcitos españolizos, o las alamedas, ni siquiera del mismísimo Pisco Sour.
Pero estoy aquí de nuevo, embriagado del smoke nauseabundo, estrujado con la necesidad de estar atento cuando cruzo las calles, alerta al paso de la gente, o alucinando el zarandeo de la multitud apurada, como si el mundo se les fuese a acabar. Mirando cada edifico reciente para creer que esta ciudad antigua, la bestia de diez millones de cabezas, entra en la modernidad. Intrigado, mientras viajo, de las nuevas autopistas, carteles de publicidad, algunos verdosos y floridos jardines y tiendas comerciales.
Y de nuevo aquí, justo cuando sus infieles amantes se pelean por su sitial, exaltando con execrables ínfulas las mentiras más insolentes, cínicas y demagógicas para que los electores los lleven al trono municipal, los burgueses acholados de la actualidad, maquillados de criollismo lisonjero, de raza indígena pero de espíritu conquistador, despojador y tiránico. Es época de elección, así que todas las alcaldías trabajan y los candidatos son lindos, así como sus sonrisas en la publicidad, cuyas horripilancias han sido retocadas en Photoshop.
Y visualmente registro también, sin querer, las pistas mal parchadas, el parque automotriz, salvaje y brutal como ninguno, las calles viejas y despintadas, los arcaicos edificios, plomizos y gastados, los puentes viejos, la piratería sofisticada, el comercio infinito.
La noche en Lima es otra, iluminando la neblina atmosférica, rojiza y turbia. También el mercado nocturno, putas viejas en la Arequipa, pasteleros y ladrones, borrachos orinando, night club de a sol, el serenazgo buscando diversión, y los hostales baratos despiertos para los angurrientos de paso. Y me acuerdo de un escritor limeño, de décadas anteriores, Javier Heraud, quien poéticamente decía de esta Lima, en su Segunda Pregunta: “Ciudad de los reyes de la explotación y el hambre, tres veces coronada por la sumisión, ciudad triste, hambrienta, mísera por todos lados...”
Y llego a Lince, donde nací y crecí. En cuyas pistas jugaba fútbol los domingos como si fuese el campeonato nacional, y rompía los vidrios de las casas vecinas, evadía en gambeta a los carros y microbuses, y me bronqueaba a puño y patada cuando era meritorio. Y aunque remembro, no tengo nostalgia de mi escuela primaria Brenner, que aunque suene bacán, era más conocida como el CE 1056 NEC 05. Menos aún del colegio nacional de secundaria Melitón Carvajal, donde ahora las barcas son femeninas también, y no me imagino si silbarán en el himno colegial como antes, cuando decía la letra “…Somos barcas en pos del navío del viril Melitón Carvajal” – fififí. No, no me produce ningún placer ni añoranza. Menos aún cuando comenzaba a consumir mis drogas psicotrópicas por requerimiento.
Pero, con todo y su mazamorra morada, sus dulces criollos, puentecitos escondidos, la aborrezco, hoy quizás más que nunca. Detesto Lima, quizás siempre la he abominado. Nunca he tenido placer de vivir aquí, y no es una expresión renegada ni acomplejadiza, porque amo sólo los grandes momentos vividos, pero no la ciudad en sí.
Lima es una jungla maldita, un sistema subnormal, hediondo, hostil e inmisericorde. Y no lo digo porque haya sido víctima de su ferocidad, todo lo contrario, he disfrutado de muchos éxitos y placeres laborales, sociales y emocionales, pero aunque he vivido más de veinte años en esta ciudad, no me está destinado permanecer aquí.
Ni el calor de sus veranos, ni la humedad de sus fríos inviernos, aquellos en el veía con asco mi etapa escolar, cargosa, hostigadora y turbulenta, que me despertada un espíritu vengador de la educación peruana, y donde años después ejecuté la misma con exquisitez, entregándole placenteramente mi vida a la educación de jóvenes peruanos en Lima y varias ciudades del país, hacen que ame estar de vuelta.
Sólo sé que no deseo morir en esta ciudad. Ahora entiendo cuando Heraud preguntaba: “Por qué quedan todavía desgraciados que anhelan sin cesar la ciudad de los reyes, las tapadas, los balcones, la alameda, si de eso sólo queda un basural de hambre, de miseria y de mentira?” Espero poder decir pronto: Chau Lima, de nuevo.
Original de:
malditoparanoico
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