No es fácil deshacerse de una estructura antropológica en nuestro continente. El reflejo es ineludible, tácito y evidente. Ni siquiera en la época incaica, maya o azteca ha existido un destello considerable que diste de las situaciones básicas de nuestra cultura. Porque existieron dos cosas: Los conquistadores y los conquistados, y cuyo legado muchos aguardamos con sentimiento o resentimiento, convirtiendo la educación en una de las alhajas que lo identifican, en un esnobismo natural de este siglo, así como lo fue durante el imperio incaico y las culturas de la época que lo rodeaban en Latinoamérica, igual fue en la Conquista española, portuguesa y francesa en nuestro continente. La República no dio significativos cambios al respecto, y aún hasta ahora no hay país latinoamericano que otorgue un digno porcentaje del PBI en la educación. Es patente que los intereses son obvios, como en los tiempos de los grandes hacendados, aquellos herederos que ostentan que “desgraciadamente” nacieron en nuestro continente, por “casualidad”, y cuya carta de presentación es su apellido o su lenguaje o sus rasgos físicos o su posición social.
Y si duda, la educación de sus trabajadores, peones y obreros, era considerada, más que una ventaja, un peligro a sus propios intereses. Las reformas agrarias no trajeron solución (como en el caso de la implantada por el gobierno militar peruano del General Juan Velasco Alvarado). Todo lo contrario, se le otorgó grandes riquezas a gente inculta e incapaz, se les cedió de súbito los tesoros de sus propias tierras. Pero lo peor es que aprendieron que “vivir bien” era hacerlo al modo de sus ya desterrados patrones, y copiaron su estilo de vida de una manera horrorosa, despilfarrando el dinero, desbaratando su propio patrimonio, es decir, robándose a sí mismos. La educación en ese tiempo también era una etiqueta, más que un pragmatismo. En pueblos agrícolas, los “nuevos ricos” no querían hijos que cosechen tierras, ni que hagan labores de campo y acción, deseaban ser como lo que veían en épocas que precedían, la educación literal, el culto al conocimiento (aunque no les sirviera) como muestra pública de nivel, una especie de “charm” que no era más que un ridículo atuendo profesional para mostrar a la sociedad lo “intelectual” y distinguido que se fuera.
En nuestra época las cosas no han cambiado. Por eso hay más universidades, hay más tecnología, hay más centros de enseñanza: fábricas de hombres y mujeres de rótulo intelectual, los doctores del saber, porque quien no lo es no es del clan acomplejadizo del progreso y el éxito. La añoranza vieja y podrida de las épocas virreinales, donde el estatus lo regía el tipo de “educación” del individuo familiar, el centro de instrucción - “París, Londres, Madrid” - detrás siempre del apellido y el color de piel, se mantiene de manera furtiva en la sociedad actual.
Porque la historia, en lugar de enseñarnos a ver la identidad que tanto reclama mucha gente, nos ha dejado crecer en un sistema que sigue siendo un calco barato y angurriento de los legados maltrechos de nuestros antepasados (quizás de aquellos extranjeros europeos que llegaron en barcos a tomar posesión de tierras cuyos descendientes gratuitamente las tienen en este momento)
Los gobernantes son los primeros aprendices y maestros de esta escuela, donde lo escolástico tiene gran valor aunque fuese impráctico, donde el conocimiento está por encima del criterio, la autonomía y la creatividad; el sistema escolar educativo llamado libre y democrático (pero donde se hace “sólo lo que le maestro dice”) Así como lo aprendieron los administradores de las cooperativas en Perú, de aquellos militares profesionales que darían trance a la reforma agraria, cuando en realidad instruyeron en las “artes” del robo sistematizado, la borrachera y el despilfarro.
La educación latinoamericana puede ser diferente en cada país, pero tiene algo en común: todas han fracasado y siguen fracasando. Las muestras y las pruebas son los niveles de vida de los mismos países. Y muchas de las ciudades que prosperan son huecos y escondites, en su mayoría, de aquellos magnates del oro, el petróleo, la mismísima educación, y otros recursos naturales y demás mercantilismos (legales e ilegales).
Sin duda, el gobierno es el llamado (como toda cabeza familiar, social, grupal) ha mejorar la educación. Pero lejos de promesas, maquetas y obsequios para adormecer a la multitud, no ha conseguido nada en absoluto (excepto para sí mismo y para sus rastreros y lacayos).
La sociedad civil se ve muchas veces atada de manos, precisamente porque forma parte del sistema, engranada, directa o indirectamente, con sus propios proyectos, compañías y corporaciones privadas que no hacen más que oler los traseros de los gobernantes de turno para sacar adelante sus vicios (o como ellos lo llaman, su “progreso empresarial”).
Los docentes, mediocres en su mayoría, limitados y lisiados en creatividad, ingenio y motivación (los “pecho frío” de la educación) se excusan en sus precarios salarios, estilo de vida y demás decadencias que todo natural padece. Los pocos que se esfuerzan, luchan contra grandes enemigos, como son sus propios jefes: Directores de centros de enseñanza, el propio sistema pedagógico, colegas, asociaciones de padres de familia, condiciones de enseñanza, etc.
Hay motivo para creer que luego de más de trescientos años de decadencia, se pueda mejorar el sistema? Porque como lo indico desde el principio, nuestro continente sigue siendo tierra de conquistadores y conquistados, de ricos y pobres, de amos y esclavos, de una u otra forma.
Una revolución es la única salida: una verdadera Revolución Educativa!
Mientras tanto, seguiremos esperando al súper héroe que suba el sueldo a los maestros, que cambie el sistema de ingreso a la universidad, que dé apoyo sostenido a un plan educativo nacional de manera seria y efectiva?
Nuestro papel en la educación no escapa responsabilidad, prescindiendo la ocupación que tengamos, y más aún si tenemos al frente a jóvenes latinoamericanos que a diario ven en los gobernantes las malcriadeces más denigrantes y repulsivas; y donde el poder, el dinero y el vicio son los diplomas del éxito.
No podemos tapar el sol con un dedo, pero sí podemos, desde nuestro tablado, ocuparnos (que es distinto a preocuparnos) en la educación de los miles de jóvenes hambrientos, no sólo de pan, sino de oportunidades, dignidad y de felicidad plena.
Nuestra labor nunca termina, pero si queremos hacerla fuerte debemos de tener un plan estratégico, y unir fuerzas (lejos de la mezquindad protagonista, o la verborrea inconsistente o el optimismo onírico) para que salvemos a la mayor cantidad de jóvenes de nuestro continente: aquellos mismos que gobernarán a nuestros descendientes y tendrán que atender nuestra senectud.
Original de:
malditoparanoico
Escrito y publicado en mi web personal el 01/03/2006
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