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PATRIOTISMO Y NACIONALISMO

Soy patriota? Soy nacionalista? Yo creo que no. No soy como los Kamikaze. No me gustaría morir por mi país así como lo hicieron aquellos pilotos japoneses que se inmolaban por su nación como el acto de mayor honor. Cuando me presenté a la inscripción, el médico de la base me preguntó si quería hacer servicio militar. Mi respuesta fue negativa, de modo que puso en su informe una miopía inexistente. Lo contrario hubiera tomado dos años de mi vida al servicio, no de mi país precisamente, sino al de los interese castrenses, que no son necesariamente patrióticos. Mi hermano mayor se ofreció de voluntario para pelear en el conflicto por las Islas Malvinas. Aunque no llegó a ir recibió su cartita de agradecimiento una vez terminada la guerra. No podría asegurar que amaba o siquiera le tenía cariño a Argentina, es más, cuando había fútbol siempre quería que pierda. Me hubiera gustado saberlo y consultárselo en aquel entonces.

También me pregunto si acaso aquellos jóvenes que murieron en el conflicto del Cenepa han sido patriotas. No era en ese entonces obligatorio el servicio militar? No es cierto que esos muchachos tuvieron que ir en armas a pelear por obligación y responsabilidad civil? En realidad pelearon por la soberanía territorial o por sus propias vidas? Si ir a la guerra no fuera obligatorio, hubiesen ido todos ellos? Yo creo que no. Pero no dejo de reconocer que sí hubo patrióticos voluntarios en aquel entonces. Soy escéptico a creer que son muchos. Aún con todo, no estaría yo en ese grupo. Y no se trata de pavor sino de convicción y pragmatismo.

Desde no hace mucho estoy fuera de Perú. A decir verdad, no extraño el país. Me gusta el ceviche, la papa a la huancaína, la mazamorra morada, además de otros platos típicos, pero no muero por comerlos de nuevo. He disfrutado del norte, de la sierra y parte de la selva peruana, pero no desvivo por volver, no tengo nostalgia. La literatura peruana es prolífica y singular, muy encantadora, pero las considero tan exquisitas y a mi alcance como las novelas de Kafka, Hemingay, Dostoievski, entre otros. Me fascinan las composiciones de Chabuca Granda, la música criolla, las marineras, el afro peruano, pero igual disfruto de una composición de Mozart, Vivaldi, Bach, o la extensa mixtura del folklore latinoamericano, europeo, africano. Incluso tengo mis grabaciones en japonés, francés e italiano, de los que disfruto con complacencia.

No puedo negar tampoco que haya saltado con júbilo cuando sé de los logros de personas peruanas en el exterior o cuando en el fútbol o voley la selección que representa a Perú gana un partido o hace un gol o punto. Pero cuando esta ha perdido, yo no me he sentido perdedor. Aunque lo anterior no significa que lo que ocurra en el país no me afecte. En realidad lo contrario, pues la crisis económica es asfixiante, el mercado laboral hostil y encima hay que lidiar contra la corrupción y sobreponerse a la inercia de la idiosincrasia. No por eso crea que exista el país de las maravillas.

Y es que Perú es el país donde nací. No lo escogí por supuesto, tampoco lo niego ni me es desagradable ser peruano. Lo cierto es que siento cierto pesar por lo que atraviesa. Un país indescriptible, pero no por la miscelánea geografía, sino por el modo en que conduce política y administrativamente su hacienda, lo que fundamenta su inestabilidad, su triste situación social, su deficiente sistema de atención a los más pobres, a las mujeres, a los niños, a la educación, y seguiría con una lista que magullaría con aspereza la sensibilidad de mis connacionales. Perú es una tierra herida, mixta, multicolor, heterogénea en todos los sentidos, lastimada por extraños pero más por propios, que no define aún su identidad. Un abanico de miserias y riquezas, de orgullo y deshonor, de opulencia y escasez, de aliento y apatía, de determinación y albur, de esperanza y decepción. Un país que nació dividido, y en donde, por “democracia”, se elige a los delincuentes, aquellos angurrientos de poder, ávidos de mamar el último flujo de su endeble país, al que robarán, al menos cinco años en el gobierno. Es un país sufrido, sacrificado y difícil, con un lamento indecible.

En lo personal no saludo a la bandera, ni canto el himno nacional, pero tampoco soy irrespetuoso de lo que resulta valioso para el país. Aquellos políticos, hombres de poder, entre otros, cantan con júbilo la canción patria, pero con su actitud escupen y pisotean la bandera, esos mismos que se dan ínfulas de amar al país son los que la destruyen y la entregan a la ramería. Me gusta observar las leyes a favor de la sociedad peruana, y en mi vida me he esforzado por contribuir con la nueva generación de peruanos, aquellos jóvenes impetuosos y de espíritu febril que con su energía como principal poder se convierten en materia prima para sacar adelante una nación. Con eso me di cuenta que no es fácil cambiar a todos, habría que “matar” a más de la mitad, pero sí se puede rescatar a muchos jóvenes peruanos de una de las peores plagas que la mala educación enseña: la mediocridad. Y por eso he dedicado mucho tiempo de mi vida a observar y analizar el fenómeno de la educación peruana (y latinoamericana) y su crisis como soporte de la decadencia.

Por otro lado, me interesa mucho que Perú se desarrolle y crezca, que su economía se haga estable, que los recursos sean aprovechados de manera eficiente y su sistema judicial sea, al menos, más benévolo con las mujeres, niños y pobres. Pero si no llega a suceder, sólo sentiré pesar y lástima. No insistiré en dar ínfulas de magnificencia para cubrir las indigencias existentes. No suelo hablar bien de mi país con el propósito de sólo hacerlo quedar bien. Me limito siempre a ser objetivo, lo que muchas veces me ha ocasionado discordancias con mis paisanos, y sin embargo mi propia visión y mi actitud reflejan que es mejor que muchas palabras, ya que sin necesidad de halagar verbalmente se percibe una concepción notable y más pura sobre ser peruano.

En Perú, más del ochenta por ciento de jóvenes desea irse del país. Es verdad que esa tendencia está influenciada por el costo de vida y la crisis laboral. La gente suele amar a su tierra por las vivencias y prosperidad que encuentra en esta, por las múltiples ventajas que les brinda, y por las costumbres e idiosincrasia a la que se habitúa y disfruta. Muy pocos se mudarían de su país si el estilo de vida, la seguridad, la abundancia y sobre todo las oportunidades de desarrollo están al alcance de todos. Pero existen muchos otros peruanos orgullosos, no de su país, sino de una suerte extraña, absurda, patológica y acomplejada de ser “peruanos por accidente”, que alguno de sus antecesores (italianos o españoles o franceses o de algún otro hueco de este mundo) pasaron por el país y los engendraron “por desgracia”, estableciéndose en Sudamérica. No son infrecuentes las ínfulas por parentescos foráneos, apellidos extranjeros, color de piel, facciones y biotipo, entre otras necedades.

Pero yo sí amo mis momentos, aquellos en que no sólo fui inmensamente feliz y pleno sino también en los que aprendí con adversidades, donde mi díscola cabeza empezó a ilusionarse y emprender un exquisito romance con la literatura, con la rara agudeza de transmitir en prosa las más revoltosas quimeras de mi vida, mis sueños, mi amor y desamor, mis barbaries adolescentes y mis sobriedades más nobles, esa sería mi patria quizás. Pero sin embargo, aquéllos los he vivido en varios diferentes espacios y tiempos. Ahora sigo viviendo con intensidad este instante mío fuera de Perú, y con todo, considero que eso no me hace nacional o patriota del lugar donde resido actualmente como si fuera un fácil oportunista que vende su identidad por mejorar su situación personal. Si hay algo que extraño de mi país es a las personas que amo, que no son muchas.

No sé si seré patriota, o nacionalista. Quizás no me interese mucho saberlo. Ser patriota me resultaría limitante porque tendría que amar a un país solamente, defender un solo territorio, e interesarme por una sola política. Y si de amar se trata, a nuestro planeta lo dividen las naciones, los gobiernos, que en su ambición impulsan un apego egoísta, que finalmente resulta favorable para pocos y no para todos. El mundo para mí no tiene fronteras en ese sentido, por eso amo con completa elección aquellos lugares donde mi vida ha transitado con felicidad, con nostalgia, con apego, sea en Lima u otra ciudad de Perú o fuera del país. Por qué debería yo amar una tierra desde Tumbes a Tacna? Por qué tenerle cariño sólo al territorio que comprende doscientas millas de mar hasta los límites con Brasil? Ser patriota no es ventajoso entonces, es restrictivo. Así que amo de igual forma aquellos impresionantes sitios del mundo que, aunque no los haya visitado aún, están listos para mí, para que yo los disfrute y tenga experiencias, más mágicas y singulares que las ya vividas, y sólo o en compañía, adueñarme por completo de aquellos lugares, sean países, ciudades, estados, provincias, continentes o regiones que el mundo y la vida me ofrezcan, así como su variedad, su mixtura y sus costumbres. Porque no cabe duda: ni el patriotismo ni el nacionalismo me pertenecen, pero el mundo entero y sus maravillas sí, simplemente porque me los merezco.

Original de:
malditoparanoico
Escrito y publicado en mi web personal el 01/07/2006

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