Sí, cierto, ya lo dije antes, detesto la capital, incluso la llamé Lima de mierda. Y no es que me sienta un finito pitucón que no soporta el smok nauseabundo, la vida feroz, desenfrenada y frenética de sus habitantes, ni el ritmo de vida local o la rara mixtura de decencia y descaro, de cultura e ignorancia, de pulcritud y suciedad, de decoro e impudor. No, tampoco es que sea un quejón de sus problemas, aberrancias, tufillos y humor, como si me produjera una amorfa complacencia, aunque ya antes lo había dicho: no me gustaría morir en esta ciudad, la bestia de diez millones de cabezas. Estando lejos no le guardo ninguna nostalgia.
Pero en estos días es que reparo en mi posición, sin que me retracte necesariamente. Yo diría que atenúo esa repulsión. No porque me resulte más cómoda, sino que, sin lugar a dudas, los lugares no son los que amo sino cada experiencia vivida.
Y aunque sigo detestando esta ciudad de mierda, con su bullicio, salvajismo, miseria y mediocridad, cómo detestarla tanto si aquí viven mi familia, algunos pocos amigos, y los grandes recuerdos desde mi niñez hasta el mismo día de hoy?
Pero sobre todo, cómo podría yo odiar este lugar, que aunque inmisericorde, devastador y fraudulento, me permite, con una magia nada grisácea como su cielo, encontrarme con ilusiones, sensaciones y sentimientos nunca antes experimentados? Cómo querer irme de esta chabacana, chichera y ordinaria idiosincrasia, con sus poses angurrientas y huachafas, si aquí encontré a una cholita linda que acelera mis deseos, mis impulsos más quiméricos, mis sueños y mi osadía?
Y es cierto que también reconocí que soy mañoso y pervertido, y lo sostengo. Entonces cómo podría sentir repugnancia del puterío de esta ciudad, con su desenfreno, indecencia y comercio sexual, si aquí vive la única mujercita que me tiene baboso de atracción y que, aunque hayan muchos buenos culos, sólo el suyo me tiene afiebrado, y desbarata, exalta y altera con frenesí cada hormona de mi ser?
También es cierto que Lima me resulta patética, con sus calles, sucias, llenas de pirañas y choros, con sus casitas despintadas y viejas. Pero cómo podría ver la ciudad como turbadora si cada avenida y lugar que transito con mi chola se llena de una singular magia, se convierte especial, célebre y memorable, aunque en las noches vuelva a caminar de nuevo con ella por los mismos lugares?
Detesto la discriminación social y racial, la pituquería falaz, demoledora y mordaz, donde algunos distritos limeños se convierten en centros de marginación e inútil vanidad. Pero cómo podré ver con malos ojos al balneario de Asia, discriminador y aristocrático, si allí pasé un fantástico marzo, con noches inolvidables, donde se mezclaba de manera encantadora y espléndida la pasión y el romance, con una exquisitez incalculable?
Podría tener incontables motivos para querer irme de la capital, y sin lugar a dudas tengo otros lugares en mi mente donde podría partir (sí, sí, insisto con Chiclayo). Pero aunque sé que en la vida me espera como destino otro lugar que desconozco, no creo que Lima sea tan mierda como lo pensaba. Estoy seguro que alguna vez me iré (con ella, desde luego), pero ahora quiero quedarme para seguir con mi cholita limeña, quien me calienta muy rico en este clima tan frío y nada generoso de la ciudad.
Comentarios