Soy un mentiroso, no lo niego, y hasta cínico, y lo disfruto plenamente, de jugar con aquella falacia irreverente, atrevida, disparatada, desenfadada, hostil a veces, señaladora, crítica, justiciera, amorfa, aberrante, tediosa y pervertida. Y tampoco me avergüenza serlo, no. Es más, he vivido de la mentira mucho tiempo, y no pienso dejarla por nada del mundo. Gracias a ella he podido, muchas veces, vivir las experiencias más ricas que la vida pueda ofrecer, conocer los lugares más exquisitos, amar con pasión, complacerme frenéticamente, ser insolente, morir, reír, divertirme, soñar, volar.
La mentira forma parte de mi ser, está clavada en mí desde pequeño, hecha una amalgama con la parte más íntima de mi mente, de mi corazón, de mis intestinos. No podría sacármela, me daría cáncer en el intento.
Y es que se ha convertido en un aditamento integrante de mi personalidad, donde me puedo involucrar mágicamente, donde puedo vivir en éste, repugnando cuanto suceda en el mundo, las horripilancias de la “verdad” de la gente, de las más asquerosas realidades que nos rodea. En mi mundo de mentiras vivo feliz, castigando el teclado a mi antojo, sin querer hacerlo bien o mal, sin buscar ser el mejor, sin complacer a nadie, sólo a mí, porque la disfruto como la adicción más rica del planeta. En este mundo donde la fantasía se convierte real, donde mi dialéctica es la única y verdadera (aunque me equivoque) donde puedo dibujar en letras a las personas más tiernas, más bellas, y donde puedo trasformar cada lugar como el más exquisito, sentir con más magia las caricias, los besos, las aventuras, los atrevimientos. Pero también soy malo y pervertido, soy burlón y mañoso, osado y calculador, falso y desconsiderado, ruin y desenfadado. Plasmo cada exquisitez a mi antojo, porque me pertenece y porque produce el mayor y más sublime de los éxitos: mi propia felicidad, la complacencia.
No soy mentiroso porque alguien me lo exija, o porque pretendo involucrarme en el mundillo intelectual de este tiempo, no, pues no me apetece el reconocimiento, menos aún muero porque se publique algo mío. Estoy feliz de mentir como me da la gana.
Mi farsa es amplificativa, como cuando lees con suculencia una buena novela, ya que se extiende hasta mi propia vida, transformando las opciones en mejores opciones, y descartando las que no lo parecen, como si no existieran. Eso me permite transformar mi propia manera de pensar, para convertir para mí mismo lo ingrato en circunstancia, lo feo en surrealista, lo triste en algo paralelo. Porque el mundo y sus realidades, sus verdades virtuales no son más que eso, una suerte de subjetividades producidas por la mente. Y yo con la mía quiero jugar, escribiendo la mentira y traveseando con la verdad, aquella que puede dañar pero que cuando la transformamos se hace inocua.
Y debe ser que siempre he vivido de la mentira, desde mi infancia en que producía en cuento cada etapa de mi vida, cada situación emocional en un verso, cada juego en la ficción perpetua de lo que es y no es. Como en mi literatura actual, donde vuelvo a ser niño para describir en un cuento o novela las mentiras más exquisitas del mundo, donde sigo buscando a paolita, la niña de mis sueños, o rompiendo vidrios de la calle cuando jugaba fulbito, o fantaseo con febril concupiscencia como en mi adolescencia y donde vivo cada día como un chiquillo, enamorándome, procurando con mi mente que aquel niño dentro de mí no se muera nunca.
Y en efecto, no me avergüenza porque soy feliz, al ser plenamente honesto con mi interior, una extraña paradoja de la existencia misma. Puede haber mayor honestidad que ser un veraz mentiroso? Sin duda, porque hasta la lógica queda muerta en el mundo de las quimeras, de donde arranco estas líneas que no hacen más que llevarme al éxtasis, al clímax mismo de las funciones neuronales, en un orgásmico placer mientras sigo erosionando contra el teclado para arrancarles su mentira en esta mi verdad: la elección de ser siempre un escritor paranoico.
Original de:
malditoparanoico
Escrito y publicado en mi web personal el 11/03/2007
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